DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v20i51.973
El cielo en la tierra. Dos horizontes para pensar un futuro desantrópico
Eva N. Fernández*
Alejandro Vázquez Estrada **
Resumen. El presente texto tiene como objetivo reflexionar sobre la premisa de un futuro diseñado, pensado e imaginado desde una aproximación des-antrópica que posibilite re-dirigir la vida planetaria. Está organizado en tres momentos: el primero describe la noción de tiempo y de futuro desde una visión antrópica, donde situamos las principales discusiones sobre modos de significar y comprender el instante y el devenir; el segundo aborda el giro desantrópico en las ciencias sociales, posición que ubica a lo humano en diálogo con lo no humano estableciendo relaciones de parentesco otras. En el tercer momento narramos dos experiencias desde la etnografía: la de Don Andrés, experimentado rezandero chichimeca (tierra) y la del Aeroceno del artista, arquitecto y activista Tomás Saraceno (aire), donde ambos sostienen discursos iluminadores y factibles para pensar los futuros en plural y, sobre todo, más allá de lo humano.
Palabras clave. Futuros des-antrópicos; utopía; aire; tierra; plurifuturos.
Heaven on earth. Two horizons to think a disanthropic future
Abstract. This text aims to reflect on the premise of a future designed, thought and imagined from a deanthropic approach that makes it possible to redirect planetary life. It is organized in three moments: the first one describes the notion of time and the future from an anthropic vision, where we situate the main discussions on ways of meaning and understanding the instant and the future.the second deals with the deanthropic turn in the social sciences, a position that places the human in dialogue with the non-human, establishing other kinship relationships. In the third moment we narrate two experiences from ethnography: that of Don Andrés, a Chichimeca prayer man (land) and that of the Aerocene by the artist, architect and activist Tomás Saraceno (air), where both hold illuminating and feasible discourses to think about futures in the plural and, above all, beyond the human.
Key words. Deanthropic futures; utopia; air; earth; plurifutures.
Es de noche y el viento helado se cuela por la piel. En el suelo, encendida, arde una fogata nutrida de leña de árbol de mezquite. La flama chispea y seduce con colores cálidos, intensos, movimientos zigzagueantes e imágenes fervientes. El cielo estrellado se mantiene silencioso, calmo, puro y Don Andrés, rezandero chichimeca otomí, acerca sus manos envejecidas y comienza a rezar. Sus palabras se elevan con el viento, brotan fuertes y claras, llenas de petición y esperanza. De pronto las agita frente al fulgor del fuego, le pide fuerza a los santos, le pide iluminación a los ancestros, le pide cobijo a las ánimas y le pide sabiduría al tiempo. Con un movimiento inusitado su cuerpo agitado toma pausa. Lo acerca cada vez más al fuego, sus pies casi tocan las flamas. Cierra sus ojos cansados y baja las manos. Respira, respira profundo y con voz encendida dice: quiero conocer el tiempo. Ánimas y antepasados, déjenme conocer el tiempo, viento del Este déjame conocer lo que viene, Dios mío y todos tus santos ilumínenme. Eleva la mirada y recita: ahí está el tiempo, en las estrellas, el aire y las nubes. Ahí está el tiempo, ya viene entrando, viene llegando el nuevo año, justo por el Cerro Parado ahí viene llegando. Sus pupilas de fuego están fijas mirando el horizonte. Se queda en silente contemplación con la noche negra de fondo. De pronto esa quietud parece romperse, junta nuevamente sus manos y da gracias al viento. Regresa con el resto de la familia y relata lo que el viento, ese cosmo-ser no humano, le ha contado sobre el devenir del clima durante los siguientes meses del año.
Cada una de las experiencias que vincula al hombre con las entidades naturales no humanas produce, en términos de instante, afecto y materialidad, un acontecimiento. Jean Baudrillard dice que “Las cosas son del orden de la continuidad de las causas y de los efectos. El acontecimiento, en sentido propio, es del orden de la discontinuidad y la ruptura” (2005, p. 21). Don Andrés fabrica esa suerte de acontecimiento discontinuo cuando se inserta en la lógica de un tiempo que no es humano.
Ese futuro, alimento preciado para el presente, esperanza para las sociedades, enigma de buscadores y curiosos, es una expresión, un síntoma y un efecto de la pluralidad de las culturas. En ese impulso del tiempo descansan saberes, creencias y prácticas que tejen, unen y deconstruyen hebras colectivas de sentido e intereses particulares. En ese futuro común se depositan proyectos, cálculos, anhelos y utopías, a veces, para evitar riesgos y colapsos, otras, para brindar esperanza de otros horizontes posibles. Edgar Morin abre una discusión, interesante, cuando dice: “si el progreso está muerto, el futuro es vano. ¿Qué queda por hacer cuando se ha perdido el futuro y cuando el presente es angustiante y aciago?” (2005, p. 39).
Porque imaginarlo y programarlo ha sido una tarea intrínseca a la condición humana, ¿cómo hacemos para re-imaginarlo fuera de los parámetros del progreso, lo apocalíptico o lo posible? En algún momento el futuro fue entendido como una práctica mágica articulada a la adivinación y, en otro, pensado a modo de proyecto y materializado en la planeación y el alcance científico. Para los humanos poder predecir, visualizar y prever el futuro ha sido una acción constante, intensificada por la modernidad con el impulso cartesiano y la concepción del hombre-máquina, desarrollada desde su pluralidad cultural (Appadurai, 2015). Por lo tanto, no podemos hablar de un futuro particular, singular o único sino de una pluralidad de formas de construir, significar e imaginarlo. Asertivamente tendríamos que hablar de plurifuturo.
La antropología, a partir de sus distintos acercamientos etnográficos, ha dado cuenta de manera vasta de cómo los múltiples grupos culturales delimitan el tiempo y establecen prácticas vinculadas con el devenir, especialmente situadas en procesos rituales que tienen que ver con el mundo de lo sagrado. En gran parte de dichas etnografías los humanos son los lectores e intérpretes de entidades y expresiones no humanas. A veces, con formas relacionadas con los difuntos y sus ánimas, otras por medio de ancestros y deidades originarias. También se hace por medio de santos que ayudan a explicar los sistemas religiosos (en el caso del mexicano ligado con la religiosidad popular) y, finalmente, a partir de la lectura de seres como los animales, los insectos, los árboles y las entidades astrales.
En la mayoría de estos procesos de comunicación el humano tiene un rol activo como el interprete, el traductor, el médium, el codificador y el experto. Es el sujeto situado en el antrophos el que opera como traductor de los mensajes sobre el devenir, como explica Wolfgang Welsch “El antrophos es el comodín de respuesta para todo, se sabe siempre la respuesta a todas las preguntas: es el ser humano” (2004). Esta visión antropocéntrica ha posicionado de manera pasiva e incluso a veces nula, a lo no humano, dotándolo principalmente de cualidades como signo, síntoma, mensaje o señal.
¿Y qué pasaría si desde una mirada desantrópica comenzáramos a planear futuros otros desde una lógica interespecista?, desde una posición dónde lo no humano no sólo fuera mensaje o señal pasiva o aislada, sino que formara parte de un diálogo intencionado, continuo y recíproco promovido por un sujeto activo que vive en su propia pluralidad de tiempo y tiene la capacidad e interés de construir plurifuturos, ¿qué pasaría si pensáramos un futuro más allá de lo humano que soñase con plurifuturos interespecies?¿Será que la visión antropocéntrica de futuro nos está acercando cada vez más a la crisis planetaria?
El presente texto tiene como objetivo reflexionar sobre la idea o la premisa de un futuro diseñado, pensado e imaginado desde una aproximación des-antrópica, la cual entendemos como “las experiencias éticas y estéticas situadas desde aquello que desborda la experiencia humana, moderna, mecanicista, occidental y urbanícola” (Fernández y Vázquez, 2022, p. 100).
Hemos organizado este escrito en tres momentos: el primero describe la noción de tiempo y de futuro desde una visión antrópica, donde situamos las principales discusiones sobre los distintos modos de significar y comprender el instante y el devenir; el segundo aborda el giro desantrópico en las ciencias sociales, posición que nos lleva inevitablemente a ubicar a lo humano en diálogo con lo no humano estableciendo relaciones de parentesco otras para la vida en el planeta.
Aquí destacamos los planteamientos de Deborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro cuando nos hablan de otros porvenires hasta aquellas reflexiones situadas en Donna Haraway donde se suma la necesidad de sostener esas otras formas de relación para resituar a lo humano dentro, o en sintonía, del devenir de la vida planetaria.
En el tercer momento realizamos un acercamiento a dos experiencias narradas desde la etnografía. Una de ellas establece una serie de diálogos con la tierra y el cerro, donde junto con Don Andrés, rezandero chichimeca del semidesierto, da cuenta del modo en el que estas poblaciones promueven ideas abarcativas de plurifuturo. La otra experiencia, una propuesta utópica y artística que tiene sentido en un diálogo creativo con la arquitectura, donde a partir del planteamiento del Aeroceno, un movimiento colectivo creado por el artista, arquitecto y activista Tomás Saraceno, se presenta como una opción viable de futuro posible en construcciones flotantes a metros de la superficie.
Ambas experiencias, situadas metafóricamente en la tierra y el cielo, sostienen discursos iluminadores y factibles imaginando ciudades sostenibles para pensar los futuros en plural y, sobre todo, más allá de lo humano. Finalmente, retomamos, a modo de cierre, las posibilidades que tiene la perspectiva desantrópica para la experimentación, rediseño y factibilidad de futuros posibles otros.
El tiempo de los humanos
El tiempo, así como lo conocemos, es un “sistema de medida antropocéntrico” (Morton, 2021, p. 155). Es una suerte de producción cultural, un objeto que refleja pasado, presente y futuro. Desde la cosmovisión del humano urbanícola, globalizado y actual, usualmente, se piensa el tiempo de manera lineal, donde el presente es el acontecer lógico del pasado. En esta dimensión estructural cronológica es en donde colocamos el tiempo pretérito. Ahí reside aquello acontecido, la memoria o el recuerdo, las nostalgias y el olvido. Pensar en el tiempo pasado siempre ha sido un interés humano. Allí descansan los proyectos académicos de disciplinas que van desde la historia y la arqueología hasta la geología y la genética,1 buscando el origen de lo primario, lo puro, lo iniciático para que esta sea la base de la edificación de un devenir.
Por otro lado, se encuentra la dimensión de tiempo a la que le llamamos presente, que comúnmente es definida por el aquí y el ahora, por la actualidad de los acontecimientos. Esta prerrogativa de sentido es una estrategia para la construcción de un instante cotidiano. Es la navegación en el tiempo que transita entre los minutos, las horas y los días. Su escala es tan relativa como la forma de enunciarlo y estudiarlo. Por lo general, el tiempo presente se mide a partir de una justificación de escala de intereses y una acotación del caudal. Es un contenedor de tiempo que sirve como frontera con el pasado. El presente cuando es lento, borroso y superado, produce desde sensaciones como la nostalgia y la melancolía hasta nuevas memorias y nuevos pasados.
¿Y qué es el futuro? Siguiendo una línea imaginaria donde el pasado es el tiempo pretérito, el presente está situado en el aquí y el ahora y el futuro se ubica “productivamente” hacia adelante, lo pensamos como un devenir, como una esperanza, lo que está por llegar y lo que aún no ha acontecido. En algún momento el futuro se inscribía en un imaginario de pensamiento ligado a la utopía y como horizonte deseable articulado siempre con la posibilidad, la planeación y el deseo. Ahí trasladamos nuestros esfuerzos para construir otros presentes posibles. En aquello que nombramos futuro depositaremos aquella visión, proyecto y anhelo. En algunas edades de la humanidad al futuro se le ha adjudicado la idea de evolución y avance, a veces llamado modernidad, otras, llamado progreso.
Desde este punto de vista el futuro y la historia se han escrito desde las hegemonías religiosas, políticas y económicas institucionalizando valores e imaginarios en la sociedad que orientan los modos ideales de pensar y las formas de relacionarnos. Si pensamos al futuro hegemónico en su dimensión territorial, usualmente, lo colocamos en las ciudades y lo urbano. Por lo tanto, el futuro subalterno se construirá en los márgenes, en las fronteras y en los intersticios fuertemente anclados en la periferia de la modernidad y el progreso.
Si situamos al futuro como una expresión que nos da la posibilidad de comprender el tiempo, inevitablemente debemos visualizarlo como un producto cultural, que descansa en las nociones de diversidad (construcciones culturales de tiempo) de dinamismo (cambios y transformaciones colectivas en comprender el tiempo y sus escalas) y de desigualdad (representados por dilemas y conflictos) que será reproducido, replicado y sostenido a través de la gestión de proyectos de memoria, de presente y del porvenir.
Actualmente desde las ciencias sociales y las humanidades, la reflexión sobre el futuro ha tomado un giro interesante situado en la enunciación apocalíptica, donde el modelo antropocéntrico hegemónico caracterizado por su voracidad y destrucción le arranca progresivamente la vida al planeta. Desde ese contexto de crisis, el futuro aparece como un escenario caótico donde la vida está en riesgo y a punto del colapso. En este sentido, diversos autores que hacen reflexiones sobre el Antropoceno, caracterizan a esta era por el exceso de explotación, extracción y exfoliación de la vida en el planeta y en donde la noción de velocidad2 ha sido central.
Lo entienden como un estadio político y económico representado por el neoliberalismo urbanícola que tiene como horizonte el aquí y el ahora. En este futuro hegemónico la esperanza de sobrevivir supone la necesidad imperiosa de generar un porvenir distinto. De ahí que la idea de futuros en plural emerge, principalmente, como un discurso ético y político frente al actual modo de vida. Es una crítica al presente prescribiendo las posibles consecuencias si continuamos en esa vía.
En este sentido autores como Timothy Morton (2021) subrayan tanto los malestares provocados en la actualidad como los riesgos venideros. Entonces, imaginar futuros posibles, múltiples y plurales se ha convertido en un posicionamiento político y ético que busca, en ontologías de la diversidad, modos alternativos de relación. Por ello ubicamos con claridad dos tendencias: una da cuenta de lo denominado etno-futuros, entendidos como construcciones culturales diversas y contextualizadas, especialmente entre pueblos y tradiciones indígenas que imaginan y gestionan de manera subalterna proyectos de futuro.
La otra se sitúa entre la reflexión urbanícola, de sujetos posicionados en movimientos sociales que construyen desde la crítica ideas sobre futuros alternativos en el corazón de la civitas y la polis. Tanto la una como la otra expresan la urgencia de reflexionar el futuro desde su clave de pluralidad e integración.
En este texto aludimos a la categoría de plurifuturos como expresiones que apelan a la transformación, a la inclusión y a la consciencia. Plurifuturos como una forma de enunciar la diversidad y el dinamismo de los entramados culturales sobre ideas, imaginarios y proyectos de futuro. La idea de plurifuturos nos posibilita pensar en un diálogo abarcativo, vinculante en dimensiones y sujetos humanos y en congruencia con la diversidad cultural y el respeto a la diferencia.
Si somos fieles a la idea de que la pluralidad enriquece la diversidad de expresiones de lo humano, estaríamos ahora en la posibilidad de trascender las ideologías hegemónicas y violentas para, ahora sí, enunciarnos desde las condiciones posibles de hacer un plurifuturo desde una visión interespecista. Un horizonte de posibilidad capaz de articular al humano, no como dueño absoluto del tiempo y del porvenir, sino como una especie necesaria para construir otro modo de vida en la actual crisis planetaria. Pero ¿cómo se construye el futuro desde un giro desantrópico?
El giro desantrópico
Los holobiomas de coral (…) se encuentran amenazados en todas partes. (…) La simbiosis entre pólipos cnidarios –dinoflagelados fotosintéticos llamados zooxantelas que viven en el tejido del coral– y una horda de microbios y virus conforman la piedra angular del holobioma del coral, que es hogar de multitudes de otros bichos. Cientos de millones de seres humanos, muchos de ellos muy pobres, dependen directamente para su subsistencia de ecosistemas coralinos sanos.
Donna Haraway. Seguir con el problema
Existe una forma narrativa recurrente que postula unas condiciones de posibilidad ancladas a la figura de la linealidad, la secuencialidad y el progreso, que exige una gran voluntad y una enorme imaginación para desarticularla. Ese imaginario de la cultura planetarizada rige el presente y el futuro como un orden natural. Como si la cultura, producción de la humanidad por antonomasia, explicara el principio y el fin de la vida en un planeta que tiene millones de años y la existencia humana se convierte casi en un corte en la historia de tiempo nimio, y una pluralidad de vida fluctuante, inacabada y exponencial.
Cuando Gilles Deleuze y Félix Guattari proponen la metáfora del rizoma como una alternativa “a la idea tradicional de vinculación o encadenamiento de tipo deductivo y lógico” (2009, p. 11) se cuela un rayo de luz y se vislumbra otro tipo de realidad que desajusta esas relaciones de subordinación, jerarquización y centralidad. Pero ¿qué es un giro?, ¿qué tanto funciona como un desacople o provoca un desorden desde su inflexión en un sistema que tiene a la línea como motor del devenir del mundo?
Desvincular la centralidad antrópica de la planeación o el diseño global de la vida humana es un giro de fuga que busca establecer otro tipo de diálogos, de vínculos y conexiones con aquellas manifestaciones humanas y no humanas que forman parte del continuum de nuestro planeta como un organismo vivo. Y vale la pena destacar que, como propone Toni Navarro en el prólogo al texto La terraformación de Benjamin Bratton, “hablar de planetariedad ya implica un imaginario distinto al actual”, tendríamos que experimentar, comprender y visualizar al “planeta como espacio compartido que nos fuerza a responsabilidades colectivas para con el otro” (Navarro, 2021, p. 13).
En este sentido, el giro desantrópico, aunque propone una acción efectiva de disloque del hombre-centro en la práctica de la simpoiesis, es una contranarrativa, es un relato otro que aboga por el despertar, por el devenir con (Haraway) y por la experiencia de un sistema pensado como un organismo interconectado, en red.
Provocar un cambio de paradigma sería una ruta, de las muchas posibles, para desordenar, repensar y deconstruir las relaciones y los vínculos en el tiempo-espacio presente. Porque parece que gran parte del problema de hacia dónde vamos como planeta radica en que no podemos soltar discursos, normas y conductas institucionalizadas que adquieren una materialidad, en palabras de Michel Foucault, impenetrable, que obstaculiza las voluntades de transformación del pensamiento.
En Utopías y heterotopías, conferencia radiofónica de 1966, Foucault reflexiona a propósito del tiempo y dice “durante el curso de su historia, toda sociedad puede reabsorber y hacer desaparecer una heterotopía que había constituido anteriormente, o bien organizar alguna otra que aún no existía” (1967, p. 5). Las sociedades contemporáneas, atendiendo a la urgencia de proyectar y diseñar otro futuro posible, sobre todo pensando en no afectar, condicionar o anular la vida humana, no humana o de todo elemento que está intrincado en el sistema-mundo, debemos pensar desde un impasse de consciencia efectiva.
Donna Haraway nos invita a ese devenir con la tierra, el agua, los organismos, los astros y el viento. Despojarse de ese impulso evolucionista que lejos de esclarecer e iluminar un andar del pensamiento orgánico, por el contrario, permanece, oscurece y no construye desde la red sino que fragmenta, particulariza y separa.
Y no sólo ese giro desantrópico debe emerger desde la oscilación, el movimiento, la ronda, sino que debe apelar a una comprensión simbiótica para sembrar, germinar y desbordar en otra circulación del sentido, de los afectos y las relaciones que no pueden ser otras que interespecistas.
En un texto maravilloso Fritjof Capra sitúa al pensamiento sistémico como una trama y enfatiza que “Hay soluciones para los principales problemas de nuestro tiempo, algunas muy sencillas, pero requieren un cambio radical en nuestra percepción, en nuestro pensamiento, en nuestros valores” (1998, p. 26).
Lejos de ser una propuesta anclada a las buenas intenciones y a una mirada naif del mundo, de alguna manera, este giro desantrópico se presenta por la urgencia, ampliamente documentada y teorizada, de sacar a la humanidad de ese sitio egocéntrico en el que se ha movido con tanta soltura desde hace muchos años.
Cuando Wolfgang Welsch recupera en 2004 el “axioma antrópico” postulado por Diderot, se refiere al encierro humano como un exceso de la modernidad e intenta explicar ese pensamiento antropocéntrico empecinado y, desde alguna perspectiva, violento a partir de relacionar la evolución de la imagen del hombre –que es posible por su intrínseca relación– con el mundo que lo rodea. Existe una correspondencia entre el modo de operar, funcionar y conocer de la especie humana con su evolución. Welsch realiza un estudio interesante por las fases en el desarrollo evolutivo pasando por el australopitecus, el chimpancé hasta llegar al ser humano; recorre una historia de 7 millones de años para evidenciar que no hay nada distintivo del ser humano, “ni siquiera el cerebro” (Welsch, 2004).
Y una forma de sublimar la linealidad de la historia humana, de expandirla y desarticularla es haciéndola girar, reconfigurarla desde una búsqueda desantrópica de reflexión, consciencia y trastocamiento abrupto. En este andar del pensamiento que busca establecer límites claros y precisos, en un tiempo que va más allá de lo humano, la propuesta de Donna Haraway de practicar la simpoiesis y establecer otros parentescos es iluminadora. En su libro Seguir con el problema lo define:
Simpoiesis es una palabra apropiada para los sistemas históricos complejos, dinámicos, receptivos, situados. Es una palabra para configurar mundos de manera conjunta, en compañía. La simpoiesis abarca la autopoiesis, desplegándola y extendiéndola de manera generativa (Haraway, 2019, p. 99).
Y su práctica debe articularse a las urgencias, contemporáneas, que están signadas por un asunto de devastación afectiva, mítica y material. El devenir con es un acto de emergencia que transita hacia la transformación de la visión de mundo y hacia la experimentación del hogar-tierra como un organismo vivo. Porque todo lo que implique simbiosis debe tener interconexión, redes y vínculos rizomáticos.
Por otro lado, Rossi Braidotti advierte la superación de lo humano a través de proponer el poshumanismo. Esta posición ideológica, práctica y filosófica también sugiere un movimiento, sin embargo, pensadores como Haraway, Danowsky, Viveiros de Castro, Capra o Tsing se inscriben en una ruta que promueve un cisma que lo abarcaría todo, es una acción enunciativa imperativa, una deriva para reivindicar la vida humana, no humana con todos sus modos posibles de relación, que promueve la simbiosis, las inter-agencias y los ensamblajes ecológicos.
Braidotti explica la importancia de situar a la corriente poshumanista dentro de una tradición crítica, posestructuralista, del antiuniversalismo feminista y la fenomenología anti-colonial. Porque esta construcción ética de un sujeto pos-humano enraizado en teorías del pensamiento que cuestionan la visión antrópica pondría en sintonía una interconexión entre los humanos y los otros de la tierra.
En este sentido, Braidotti aboga por un sujeto poshumano situado, organizado desde la integración y, sobre todo, y aquí radica una de las líneas más interesantes y controversiales para pensar el giro desantrópico, exhorta a transformar el sentimiento de colectividad identitaria como un campo fértil para deconstruir conceptos tan arraigados en el pensamiento humanista como el de cultura e identidad. Indagar en la propuesta de futuro, como un concepto cultural, trastoca el sentido hacia un cambio de matriz, de agenciamiento recíproco porque el futuro no forma parte de la dimensión de la naturaleza, y de destrucción de ese axioma nefasto de la modernidad sostenido desde su cualidad proyectiva, progresista y predictiva, ligado de forma indisociable al hombre.
El giro desantrópico que proponemos, quizá, se acerca a un pensamiento que transita hacia advertir este pos-antropocentrismo como una fuerza potencia de la vida, “la vida, en vez de ser definida como propiedad exclusiva y derecho inalienable de una sola especie, la humana, sobre todas las demás, en vez de ser santificada como una tesis predeterminada, es entendida como proceso interactivo y sin conclusiones” (Braidotti, 2015, p. 64).
A través del devenir y las formas de vida más allá de lo humano, Braidotti reflexiona sobre esta suerte de convención normativa que tiene que ver con la regulación, la reglamentariedad y la formación de sistemas de representación, que no son otros que dispositivos de poder, que mercantilizan la vida. A través de un esquema de pensamiento dialéctico que establece normas, órdenes, significados y sistemas de significación, se legitiman estándares de vida, de humanidad racional, de dominio y de poder. Por eso, Capra sostiene que “Mientras que el viejo paradigma se basa en valores antropocéntricos (centrados en el hombre), la ecología profunda tiene sus bases en valores ecocéntricos (centrados en la tierra)” (1996, p. 32). Promulga la idea de la tierra como un ser vivo y espiritual e indaga sobre la necesidad de prácticas y relaciones simbióticas, orgánicas y desantrópicas.
Este giro, tránsito, desaceleración y descentramiento del antrophos es un planteamiento epistémico, metodológico y teórico, en términos ecológicos y afectivos es una oportunidad liberadora que propone movilizar en pos de la creación de nuevos valores y conciliar humanidades, especies no humanas, ecosistemas, órdenes, inclusiones y redes para un futuro orgánico otro.
Dos experiencias para repensar el futuro
Aeroceno: ciudades en el cielo
Nuestro presente es el Antropoceno; este es nuestro tiempo. Pero este tiempo presente se va revelando como un presente sin porvenir, un presente pasivo, portador de un karma geofísico cuya anulación está enteramente fuera de nuestro alcance, lo cual hace más urgente e imperativa la tarea de mitigarlo
Danowsky y Viveiros de Castro. ¿Hay mundo por venir?
Pensar el futuro en la dimensión del aire. Flotar y transitar hacia otra era, practicar nuevas formas de vida que se sostengan por la energía solar y el viento. Eso es, en palabras de Capra de alguna manera, proyectar un futuro desde un paradigma ecocéntrico que lograría sustituir esa incompatibilidad o imposibilidad que mencionan Deborah Danowsby y Eduardo Viveiros de Castro en ¿Hay mundo por venir?, sobre la desafortunada relación entre la humanidad y el mundo: La era geológica del Antropoceno fracasó.
La prerrogativa filosófica cartesiana que evolucionó, tomó vuelo y se legitimó en cada teoría, idea o praxis de las sociedades mundiales contemporáneas que no hizo más que esclarecer que el hombre-centro no era la respuesta a esa visión de futuro planetario progresista y sistemático. En esta suerte de deriva del axioma, matriz u orden occidental antrópico, nos encontramos en un punto de inflexión que obliga a repensar las posibilidades de los múltiples futuros, desde un pensamiento sistémico, abogando por practicar vínculos, relaciones y parentescos alternos –interespecistas y ecológicos– que respeten la funcionalidad y la interconexión del organismo-tierra.
Tomás Saraceno es un arquitecto y artista que nos propone un sistema arquitectónico flotante, el argentino imagina una solución fehaciente y funcional para contrarrestar el extractivismo, el usufructo desmedido y la violencia capitalista a través del diseño de esferas, globos y ciudades suspendidas realizadas con materiales ecológicos simples que prometen otro mundo posible diseñado en el aire, a pocos metros de la superficie. Esta era, consciente, cósmica y responsable, fue nombrada como Aeroceno. Además de subvertir la amenaza planetaria por el saqueo de sus recursos naturales es un movimiento pensado desde la colectividad y la conectividad, articulado a una comunidad de arquitectos, científicos, activistas y artistas que materializa la alianza ecológica y política a través de un prototipo de vida futura posible y probada.
Cloud cities es una de sus últimas instalaciones, en la ciudad de Barcelona, inaugurada en mayo del 2022. Son nubes, formadas por 5000 nodos interconectados por 6 kilómetros de cables de tracción, que se mueven y están suspendidas a 130 metros cúbicos. Saraceno nos propone un futuro posible a través de la edificación de ciudades en el aire. Y Benjamin Bratton en su libro La terraformación enfatiza que “la preferencia en la era del Antropoceno es ir fuera del planeta, construyendo prototipos de minisociedad en las superficies fraternales de Marte o de nuestra luna, en el encapsulamiento de una nave espacial, o tal vez en planetas más allá de nuestro conocimiento actual” (2021, p. 113).
En esta suerte de convergencia entre la vida humana y el entorno, la búsqueda de Saraceno tiene un tono emancipador de las fronteras, pensado en distintos niveles, poniendo el foco en reconsiderar las relaciones territoriales, raciales, políticas y ecológicas. Porque traspasar la barrera del territorio que alude o irrumpe como una posibilidad de resignificación, trastocamiento y desajuste de las políticas de poder actual y proyectar ciudades en el aire tiene implicaciones en el futuro, “como una alternativa al paisaje urbano fuertemente construido, los objetos gigantes con forma de globo se refieren a pseudo-microbiósferas” (estudiotomassaraceno, 2022) que establecen otras coordenadas de significación y experimentación del espacio.
Y una de las apuestas más importantes de Saraceno, a través de la propuesta de hacer un futuro en el aire, es imaginar que pueden existir otros modos de gestión de la vida. Traspasar, resignificar y desmitificar uno de los grandes dilemas del plantea que es el del territorio, los límites y la expansión. En esta búsqueda por hacer desaparecer las fronteras -lema que parece espejar la urgente necesidad de terminar con la particularización, la singularización y la fragmentación del todo- imaginando el funcionamiento de nuestro ecosistema como una red, Saraceno presenta veinte modelos distintos de formas geométricas para volar que desafían lo imaginado hasta el momento.
Las ciudades en el aire, interconectadas y relacionadas entre sí, gestionan una imagen muy cercana a la de un organismo vivo. Y el artista argentino, desde su trabajo colectivo con una comunidad activa y comprometida, propone revisar otros modos utópicos de coexistencia.
Fredric Jameson en Arqueologías del futuro lanza una pregunta acuciante, dice: ¿por qué no añadir a esta lista la práctica política, en la medida en que movimientos sociales completos han intentado hacer realidad una visión utópica, se han fundado comunidades y librado revoluciones en su nombre? (Jameson, 2009, p. 15). Es que, de alguna manera, el activismo de Saraceno en colectivo, como un movimiento de lucha por el medio ambiente y por relaciones humanas otras, muestra que desde el ámbito artístico existe un campo de posibilidades interesante para la promoción de nuevos futuros. En el texto Aproximaciones des-antrópicas: contrarrelatos, desobediencias y visualidades otras, se afirma:
Descubrimos una suerte de activación subversiva, en ese modo operativo de los colectivos artísticos, que permite gestionar rutas de resistencia potenciales y resignificar la vida humana y no humana desafiando los principios que han sido articuladores del pensamiento y el sentido egoantropocéntrico en las instituciones (Fernández y Vázquez, 2022, p. 99)
A partir de intervenciones, instalaciones y prácticas artísticas performáticas y activistas, encontramos una gran diversidad de propuestas inclusivas, irreverentes e innovadoras, que podrían ser esa apuesta utópica, que menciona Jameson, de la transformación de la vida planetaria futura. Saraceno introduce una premisa: “Hacerlo juntos”, ese es y ha sido el espíritu de su práctica, por eso a través de la invitación de crear algo por uno mismo, como el caso de su globo para volar en 59 pasos, que enfatiza el carácter potencial de la colectividad.
Uno de los casos del colectivo Aeroceno fue un vuelo en enero de 2020 en Salinas Grandes, Jujuy, Argentina:
Este proyecto, titulado Fly with Aerocene Pacha, marcó el primer vuelo libre humano impulsado por el sol, estableciendo seis récords mundiales de altitud, distancia y duración en las categorías Femenina y General. Fly with Aerocene Pacha se solidarizó con las 33 comunidades indígenas de Salinas Grandes, Jujuy, sobrevolando esta tierra con el lema de estas comunidades: El agua y la vida valen más que el litio (Artishok, 2020-02-05).
La aplicación Aerocene Float Predictor es de código abierto y ha trabajado en colaboración con organismos e instituciones a partir del registro de más de 4700 vuelos virtuales sin uso de carbono. “Aerocene busca activamente idear nuevos modos de sensibilidad, reactivando un imaginario común hacia una colaboración ética con el medio ambiente y la atmósfera” (Artishok, 2020-02-05).
También, se crearon las mochilas Aeroceno que contienen esculturas aerosolares que permiten el vuelo no humano, que sobre todo, en los últimos años, han sido utilizadas para sobrevolar con mensajes solidarios articulados a colectivos que quieren resistir al usufructo desmedido y despiadado de empresas, multinacionales y grupos financieros.
El Aeroceno Pacha, como llama a los globos que se calientan con el sol y se elevan, puede llevar a dos humanos y permanecer en el aire de 8 a 15 horas. Es un objeto que desafía a la ciencia y parece convertirse en una inflexión de espacio-tiempo al mantenerse sostenido en el aire.
Reconocer cada uno de los elementos del trabajo de Tomás Saraceno, no sólo en la propuesta de Clouds Cities o Aeroceno sino en toda la producción cosmo-estética que propugna a través de su trabajo con arañas y con la vida no humana en espacios de arte y fuera de ellos, y ponerlo en diálogo con pensadoras contemporáneas que abogan por una transformación en los distintos sistemas del planeta, subvierte el discurso desesperanzador del futuro devastador a través de un acto intersticial por el que se cuela una esperanza o una corriente de aire que invita a soñar con ciudades flotantes.
Esas nubes proyectadas por Saraceno tienen formas esféricas, que se inflan con aire de fibra cristalina, y en su interior tienen materiales orgánicos y vegetales. La vida interrelacionada, co-habitada en estos microespacios da cuenta de la creatividad y la puesta en marcha de desmantelar los “vínculos tóxicos con los combustibles fósiles y las ideologías extractivistas que sustentan el Capitaloceno” (Artishok, 2020-02-05).
El cielo y el aire, sostiene el artista, siguen siendo espacios de conflicto. Enfatiza que el tipo de política que promueve Aeroceno tiene que ver con flotar sin distinción de quien o qué lo haga, es para especies múltiples, dice: “la gente del Aeroceno flota junto con los insectos, animales, esporas, cianobacterias y más que ya viven en este océano de aire(…) Aeroceno imagina el espacio como un bien común, libre de fronteras, libre de dominación o extracción” (Saraceno, 2021).
Su práctica parece sostenerse por una iniciativa de búsqueda de la justicia ambiental, la solidaridad y el compromiso ético. Existe un futuro, proyectado por el artista, que tendría que ver con resolver el problema de la energía y con incorporar las tecnologías.
En la tierra y de cara al viento
A 2500 metros sobre el nivel del mar, el cielo se siente en la tierra. Ahí se encuentra el cerro de El Frontón, lugar considerado por los pueblos chichimeca otomís del semidesierto de Querétaro como un espacio sagrado donde los ancestros y deidades encuentran su morada.
Los habitantes de San Pablo, lugar de donde sale la peregrinación al Frontón, cuentan que cerca de la cima de ese cerro existía una piedra de gran tamaño a la cual se designaba con el nombre de Xitá, pero que un día, esta roca desapareció y ahora en su lugar hay un calvario donde dicen que moran aquellas fuerzas antiguas y, también, las almas de los primeros abuelos.
Las diversas exégesis locales tienden a asumir a los cerros como sus cuidadores o protectores; mencionan que ellos velan por el bien del pueblo y dicen que gracias a sus favores la gente tiene trabajo y cosecha. Es importante resaltar que también al interior de estos enclaves, las poblaciones conservan diversos cultos ancestrales articulados a deidades como el monte o el cerro que se relaciona con la lectura del futuro:
Muchas personas venimos aquí para pedir buen tiempo y para saber como viene el temporal...en la media noche es cuando se puede ver entre las nubes la forma como va a entrar el tiempo. Es que estas son cosas que la gente, desde hace mucho tiempo ha aprendido a mirar, si uno pone atención a las estrellas y las nubes uno aprende también a escuchar a la tierra y a los cerros y cuando uno al fin los escucha puede saber con mucha precisión todo lo que vendrá (Don Andrés, rezandero principal del semidesierto).
Estos pueblos de tradición seminómada han podido mantener a lo largo de generaciones diversas actividades ligadas a la trashumancia, la recolección y la caza.
Para Don Andrés reconocido rezandero de más de 8 décadas, los cerros son entidades con voluntad, intencionalidad, sistemas de parentesco y organización social. Por ejemplo, en la región se encuentra otro cerro considerado como sagrado que es percibido como un sujeto importante dentro de su sistema de parentesco, se trata del cerro del Zamorano donde existen las piedras Xitá. Estas piedras contienen en su esencia una carga mítica ya que son consideradas como ancestros de los indígenas de esta región. Esta creencia se articula con las representaciones de sus abuelos mecos, quienes aluden a los chichimecas que habitaban estos lugares agrestes antes de la llegada otomí. De ahí que hay una sincronización intensa entre los tiempos ancestrales y los tiempos futuros, ello debido a que como los expertos rituales señalan: “en el entender las formas antiguas podemos encontrar la clave para modificar el tiempo venidero” (Don Andrés, rezandero del semidesierto).
Para el pueblo chichimeca otomí del semidesierto el tiempo de los ancestros no es un tiempo instalado únicamente en el pasado, se trata también en una aspiración temporal de horizonte ligado con el futuro, el regreso a los lugares sagrados es el retorno a un tiempo mítico donde se abre la posibilidad de construir un devenir “antes todos hablábamos la lengua, éramos parientes y nos conocíamos, por eso es bonito ir a los cerros sagrados como El Frontón porque volvemos a ser ese pueblo que queremos ser” (Don Andrés, rezandero del semidesierto).
Justo en ese lugar ancestral, los rezanderos principales durante rituales nocturnos pueden experimentar ensoñaciones para establecer diálogos más allá de lo humano y para comprender el devenir. Según Galinier “el saber de los otomíes acerca de los sueños es uno de los múltiples elementos que estructuran comportamientos ligados a la prohibición y prescripción de actividades a futuro” (Galinier, 1990, p. 199). En dichas ensoñaciones el diálogo con el cerro, los ancestros y los elementos de la naturaleza es recurrentes. Se les pide consejos, se les agradece por lo pasado y se gestionan anhelos para construir futuros colectivos. El dar, recibir y devolver entre los chichimecas otomís, establece una dinámica del don, que va tejiendo una noción de futuro, articulada en simultaneidad con el presente y el pasado: “uno viene al cerro a dar gracias por lo recibido, y también a pedir por que venga un tiempo mejor que nos de fuerza y vida a las personas, a las plantas, a las nubes para que cuando caiga el agua volvamos a regresar” (Don Andrés, rezandero del semidesierto).
Para Don Andrés y gran parte de la población del semidesierto este trabajo conjunto entre los humanos y los no humanos es indispensable para la vida en la tierra. En ese sentido, los conocimientos vinculados con saberes ancestrales encuentran pertinencia en el presente para convertirse en futuros posibles:
Para nosotros cada granito de tierra del cerro de Frontón es importante, porque cada uno de esos granitos es parte del cerro, es parte del tiempo. Si pensamos sobre cuantos granitos de tierra tiene el cerro, sabremos cuantos años de vida tiene pero también sabríamos cuantos años de vida le quedan por vivir. Por eso los cerros siempre con el agua reverdecen, porque ellos a pesar de ser tan viejos nos muestran como se vive para el tiempo que viene, en ellos se agradece por lo que se tuvo y se trabaja en conjunto por todo lo que vendrá (Don Andrés, rezandero del semidesierto).
Esta idea del hacer colectivo entre humanos y no humanos es una constante a lo largo del año y se manifiesta en distintas creencias y prácticas donde el pasado, el presente y el futuro se yuxtaponen y se vuelven inseparables. Como lo señalábamos anteriormente, los cerros sagrados son contenedores y continentes de un conjunto profundo de articulaciones de vida. Desde el punto de vista de un gran número de habitantes del semidesierto se considera que el agua, los ríos, los manantiales y la lluvia existen gracias a que existen los cerros, los vientos y la tierra. Como podremos imaginar, en esta región árida, el agua (su presencia y ausencia) tiene una gran importancia dentro de la cosmovisión y vida cotidiana chichimeca otomí y más que asumir una posición de dominio, pertenencia y usufructo se interioriza como una visión de parentela, admiración y sacralidad:
aquí como se puede dar cuenta hace mucho calor, está muy seco, pero no es que no haya agua sino que el agua existe pero ella se deja mirar cuando trabajamos por ella y con ella. Ella nos escucha y nos siente porque ella tiene oídos entre las plantas y la tierra porque todo tiene el paso del agua. Si nosotros trabajamos con ella, limpiando los manantiales brotará agua, si nosotros hacemos peregrinaciones vendrá un buen tiempo, si nosotros hacemos trabajo en los cerros tendremos futuro. No es nada más de pedir por el buen temporal, es trabajar de la mano con ella para hacer en conjunto un buen tiempo venidero (Don Andrés, rezandero del semidesierto).
Como lo podemos observar a lo largo de las distintas manifestaciones la idea de pasado mítico y futuro posible tiene un carácter tan indisociable como la colaboración más allá de lo humano. Gran parte de las expresiones anteriormente señaladas tienen en las peregrinaciones el escenario de ejercicio performático de estas prácticas y creencias. Salir de la comunidad para comenzar la travesía indica una separación de la cotidianidad y la rutina. Paso a paso, por medio del alejamiento de la certeza rutinaria, la incertidumbre propia de la liminalidad va dotando de intensidad a los modos de pensar el tiempo y el territorio.
A lo largo del trayecto los peregrinos se realizan distintas paradas para llevar a cabo micro-rituales, uno de ellos es el ritual de los cuatro vientos, el cual se ejecuta justamente en la mitad del cerro, debajo de la sombra generosa de un árbol de mezquite. En este ritual, el rezandero convoca a todos los asistentes a hincarse, a despojarse de sombreros y rebozos y a brindar sus ofrendas de vida constituidas por flores frescas traídas de la comunidad y envueltas en cilindros confeccionados a modo de recipientes para que mediante la baba del maguey refresquen a las flores con su abrazo liquido.
En ese momento comienza el rezandero a entonar sus palabras sagradas en idioma otomí: primero envía saludos al cerro, a la tierra, al viento y al agua. Posteriormente se dirige a cada uno de ellos para agradecer todo lo recibido. El rezandero enciende una veladora y arroja al sahumador enormes trozos de copal que inmediatamente se convierten en humo blanco de preciado aroma y dice: reciban esta ofrenda de luz y de humo, para que nos guíen por el buen camino, señor cerro, señora tierra, señor viento y señora agua ustedes que viven juntos y que nos han mostrado el camino, reciban esta ofrenda de los cuatro vientos en agradecimiento por lo que nos han dado, nosotros estamos igual que ustedes comprometidos desde hace mucho años cuando por aquí venían nuestros ancestros. Y justo cuando menciona a los ancestros los ancianos, hombres y mujeres rompen en llanto.
El rezandero sigue su plegaria. Nosotros somos la desencendencia de los que ya se han ido, somos hijos de los primeros que vinieron con ustedes y aquí seguiremos. Reciban estas lágrimas a modo de ofrenda, lágrimas que mojan la tierra. Levanta con sus manos el sahumador con el copal y comienza a moverlo desde el centro hacia arriba y del centro hacia abajo, posteriormente del centro hacia la izquierda y luego del centro a la derecha. Al iniciar este movimiento en forma de cruz los presentes enjugan sus lágrimas y se colocan hincados siguiendo los movimientos del rezandero.
Ahora don Andrés dirige la mirada hacia el este donde se ve, en el fondo, el Cerro del Zamorano y todos los presentes mueven su cuerpo y su vista hacia ese punto siguiendo el sentido de las manecillas del reloj. Con voz profunda el rezandero comienza: Santísimo cerro del Zamorano, madre querida no dejes de arropar nuestro futuro, mándanos el agua de lluvia y el agua de rio para que nuestra tierra tenga días felices. Recibe esta ofrenda que hemos traído para seguir trabajando en conjunto por la vida. Posteriormente dirige la mirada hacia la Peña de Bernal mientras todos giran hacia esta dirección colocada al sur. Bendita peña de Bernal casa de la Santa Cruz, mira como seguimos viniendo para agradecerte lo que haces por nuestro pueblo y para seguirte pidiendo que nos acompañes en este nuevo año, ponle un viento suave a la lluvia para que llegue con bondad por todos los caminos. Y ahora se gira hacia la comunidad de Maguey Manso. Animas de nuestros ancestros reciban esta ofrenda de luz para que nos den luz para nuestros próximos días. Que el calor del sol sea fuerte para que podamos crecer y piadoso con el agua y las plantas. Gracias por las buenas cosechas del año pasado y gracias por todo lo que en el año vendrá.
Y posteriormente el rezandero gira hacia la comunidad de San Pedro, lugar que alude a la cuna de la cultura del semidesierto. Bendito rio que sales de Tolimán sabemos que estás trabajando todo el año para nosotros por arriba de la tierra nos alegras con tu canto y por debajo de ella en forma de serpiente nos vas acompañando, no dejes de moverte, de hacer brotar el agua, no dejes de moverte que nosotros seguimos aquí.
Cuando termina esas palabras realiza un nuevo giro hacia la derecha, toma un ramito de flores frescas y eleva la mirada y dice: bendito cerro de El Frontón, estamos aquí, estamos ahora, estamos en el centro de la ofrenda nosotros somos la ofrenda, venimos hasta aquí como lo prometimos hace un año, estamos aquí por el año que viene y por el día que vendrá. Recibe nuestra ofrenda de luz (velas) de agua (lagrimas) de viento (copal) y de vida (flores) somos tu pueblo, somos el granito de tierra de tu cuerpo. Aquí traemos las flores como muestra de lo que nos has dado. Aquí esta nuestra voluntad, salimos del pueblo para estar contigo, para hacer un nuevo pueblo aquí en este lugar donde es nuestro origen, recíbenos como ofrenda para todos los días venideros, sigue con nosotros en tiempos buenos y difíciles, míranos en todos nuestros pueblos y nosotros seguiremos viniendo año con año para seguir trabajando contigo, para que haya salud y para que tengamos vida para que tengamos buen tiempo. Cuando termina la plegaria, de pronto suenan las flautas de los músicos tradicionales y resuenan con tremenda intensidad los cohetes de pólvora que se elevan al viento.
Para la población del semidesierto, este ritual es uno de los más importantes a lo largo del año ya que en él se condensan distintos símbolos y significados de la memoria y del devenir de los chichimeca otomí. En este ritual, realizado justo en el corazón de El Frontón, los humanos reconocen el trabajo conjunto de los cerros, la tierra, los vientos y el agua. También, distinguen los distintos puntos sagrados del semidesierto así como las comunidades que lo integran. Se enuncia la vigencia de la memoria de los antepasados así como se promueven los compromisos y la voluntad para construir un devenir más allá de lo humano.
Apuntes de cierre: las nubes del futuro
La escatología de los guaraníes ñandéva prevé el descenso del cielo de un gigantesco jaguar azul que vendrá a devorar a la humanidad, mientras los pilares de la tierra se deshacen y todo lo que existe se hunde en el abismo eterno.
Curt Nimuendaju. Los mitos de creación y de destrucción del mundo como fundamentos de la religión de los Apapokuva-Guaraní
Terra-horizonte
Retomando elementos de esta propuesta reflexiva, fértil y abundante que hemos bosquejado a partir de los casos de estudio, pensamos que el futuro no puede ser signado, establecido y proyectado únicamente desde el antropocentrismo. Hemos reconocido a través de las experiencias etnográficas presentadas, metafóricamente en la tierra y el cielo, que las prácticas desde la colectividad para atender la urgencia de construir futuros red y futuros genealógicos donde la descendencia y la ascendencia se conjuguen están orientadas a mover, deslegitimar y trascender las temporalidades. Porque en toda la historia antropocéntrica, moderna, urbanícola y masificada, hemos observado como la noción de futuro, desde el anthropos, atenta a la proyección de devenires que garanticen ensamblajes multiespecies para la vida planetaria. Haraway argumenta: “creo que nuestro trabajo es hacer que el Antropoceno sea lo más corto/estrecho posible y cultivar de manera recíproca, de todas las formas imaginables, épocas venideras que puedan restaurar refugios” (2019, p. 155).
El Antropoceno, como era geológica que signa un imperativo contextual, estableció algunos parámetros para el futuro humano que podría ser invertido en un vehículo para diseñar, soñar y trabajar futuros desantrópicos, lejos del Antropoceno, y como lo señala Sarceno, en un espacio arquitectónico en ciudades despegadas de la tierra donde los humanos podamos colaborar con otras formas de vida que van desde la compañía de los ancestros y los antepasados hasta la articulación con expresiones de vida como el agua, el aire y la tierra en sus diferentes dimensiones.
La idea de futuros desantrópicos pugna por despojarse de la línea recta como la imagen o la metáfora para comprender el tiempo, insiste en hacer un auténtico esfuerzo por experimentar la naturaleza de los giros y encontrar en esa forma orgánica las posibilidades del devenir y del porvenir. Un futuro desantrópico promueve una reactivación en la forma de concebir el tiempo, abre una condición de excepción que nos sugiere pensar y actuar reconfigurando el sistema-orden de las temporalidades signadas por el impulso antrópico y promoviendo desórdenes y quiebres estimulantes en la línea histórica que tiene el planeta. El futuro desantrópico parte del hecho que el tiempo es construido por el sistema de vivientes del planeta, el tiempo no es una posesión única de los humanos “todo emite tiempo, no solo lo hacemos los humanos. Así, cuando hablamos de sostenibilidad, nos referimos a mantener algún tiempo de marco de temporalidad humano, y esto se produce forzosamente a costa de esos otros seres vivos” (Morton, 2021, p. 130). Por ello es indispensable que los proyectos de futuro se vinculen a la memoria y al devenir, al presente y a la acción del hombre desde la sinergia y la colaboración multiespecie.
Frente a la crisis climática, en un futuro desantrópico se abogaría por ampliar los horizontes más allá de los humanos y dar cuenta de la pluralidad de las especies, de su diversidad y su interacción. Argumentamos que los plurifuturos son posicionamientos emergentes que permiten distinguir la diversidad, las ontologías del devenir que transitan paralelas al futuro hegemónico de la sociedad sobremoderna y sostienen los giros. La afirmación de plurifuturos nos da la posibilidad de creer en la existencia de otros cielos, otras tierras y otros cerros y de ahí incluir todo aquello que la modernidad ha excluido: “en general uno puede pensar la modernidad (la historia del mundo desde bien entrado el siglo XVIII) como un baile profundamente incomodo de inclusión y exclusión de lo paranormal” (Morton, 2021, p. 155).
Proyectar otros futuros nos da la posibilidad de imaginarlos múltiples, expandidos, apilados uno encima de otro, haciendo contrapeso a este futuro hegemónico anclado en el asfixiante axioma hombre-centro de aquellos que se imponen como modernos, sin olvidar que “a menudo se define la modernidad por el humanismo, ya sea para saludar el nacimiento del hombre o para anunciar su muerte” (Latour, 2007, p. 33).
La figura del Antropoceno “donde el ambiente cambia más rápido que la sociedad, y el futuro próximo se vuelve así no solo cada vez más imprevisible sino tal vez más imposible” (Danowski y Viveiros, 2019, p. 150), es una alarma, en términos subjetivos individuales y colectivos, para pensar en la vida futura. No soslayar que la vida en el planeta es plural y diversa invita a producir conexiones bio-semióticas capaces de integrar la vida planetaria como una suerte de centro cosmogónico de otros modos de relación en la terra-horizonte.
Viento-futuro
Insistir en que el futuro podría tener una posibilidad en el aire. El trabajo de Tomás Saraceno colabora con proyectar desde la utopía la construcción de otro futuro, probado desde la ciencia y la arquitectura, que extiende las posibilidades potenciales de los colectivos artísticos y los movimientos activistas, motivados por causas medioambientales, políticas y sociales, por presentar otros vuelos en el tiempo.
“El futuro próximo en la escala de algunas pocas décadas, no sólo se vuelve imprevisible, sino también inimaginable por fuera del marco de la ficción científica o de las escatologías mesiánicas” (Danowsky y Viveiros, 2021, p. 40). Y lo que sostienen Danowsky y Viveiros no es más que el devenir cantado de nuestro futuro próximo, que tiene que ver con la magnitud de los cambios y con su aceleración. Entonces ¿no es momento de sensibilizarnos y preguntarnos que estamos haciendo con el planeta?, ¿hacia dónde vamos? Uno de los argumentos más interesantes de Danowsky y Viveiros de Castro tiene que ver, justamente, con cuestionar la migración de nuestra especie: la transformación de los humanos antropos a una fuerza geológica Antropoceno. En este sentido, no sería necesario ver ¿qué sucedería si revertimos el foco y le cedemos el lugar a la fuerza planetaria, ecosistémica y cosmoambiental? Siguiendo con esta idea, el Aeroceno como movimiento colectivo, ideología y posicionamiento político-artístico propugna actitudes vinculantes, afectivas y responsables en una apuesta fehaciente y concreta para la vida en las nubes en construcciones materiales sostenibles y ecológicas.
Y en la coyuntura, es esta suerte de entrecruzamiento de líneas, o de giros rizomáticos, no debemos dejar de pensar que estamos ante el ocaso de un modo de relación social y cultural programada, ya es insuficiente. En esta inflexión se despliega un abanico de vínculos y relaciones que nos despiertan: el futuro antrópico no es sólo un problema planetario sino que se ha convertido en una urgencia planetaria –tiene que ver con la emergencia de una necesidad orgánica y simbiótica de conexión–. Este es el futuro de la especie humana y no humana, de tal manera que situarse en una idea de futuros desantrópicos nos brinda la posibilidad de gestionar una colectividad solidaria entre seres humanos y no humanos para “romper con ese distanciamiento, con el principio antrópico, que provoca posiciones dislocadas y lejanas entre la humanidad y la naturaleza, entendiendo que una no tiene sentido sin la otra” (Fernández y Vázquez, 2022, p. 107).
A “los utópicos, ya sean políticos, textuales o hermenéuticos, siempre han sido lunáticos y estrafalarios” (Jameson, 2015, p. 26), tanto Don Andrés como Saraceno son sujetos que invisten posiciones utópicas situados más allá de la tierra y el cielo que poseen una comprensión integradora de la vida. Cada uno desde abordajes subjetivos particulares, uno desde su lugar de rezandero y otro desde la arquitectura, que se convierten en excéntricos porque dialogan más allá de los horizontes simplistas del devenir buscando una humanidad capaz de trascender y elevarse de manera distinta. Y Don Andrés, desde su memoria del futuro, no olvida las genealogías desantrópicas, el trabajo comunitario en reciprocidad conjunta, la colaboración sistémica y la promesa de vida interespecista en donde cerros, viento, tierra y agua dialogan para construir una esperanza común. Ambas experiencias de apuesta por futuros desantrópicos, en el cielo y en la tierra, exhortan, en alguna medida, a una nueva relación simbiótica con el planeta que no puede ser otra más que la gestionada desde la sostenibilidad para imaginar un futuro co-habitable.
Fuentes consultadas
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Fecha de recepción: 9 de septiembre de 2022
Fecha de aceptación: 15 de diciembre de 2022
DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v20i51.973
1 Es cierto que la historia y la geografía han estado dirigidas simultáneamente por dos intervalos históricos y geográficos principales: el intervalo del espacio y el intervalo del tiempo (Virilio, 1997, p. 57).
2 “La noción de la velocidad es una cuestión primordial que forma parte del problema de la economía. La velocidad es, a su vez una amenaza tiránica, según el grado de importancia que se le dé, y, que al mismo tiempo, ella es la vida misma. No se puede separar la velocidad de la riqueza” (Virilio, 1997, p. 16)
* Profesora investigadora de Tiempo Libre en el área de Humanidades, Producción de Imágenes e Historia. Coordinadora ejecutiva de la Jefatura de Investigación y Posgrado de la Facultad de Filosofía, Universidad Autónoma de Querétaro, México. Correo electrónico: eva.fernandez@uaq.mx
** Profesor investigador en el Área de Antropología, Jefe de Investigación y Posgrado y Resposable del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de la Universidad Autónoma de Querétaro, México. Correo electrónico: david.alejandro.vazquez@uaq.mx
Volumen 20, número 51, enero-abril, 2023, pp. 167-194
ISSN versión electrónica: 2594-1917
ISSN versión impresa: 1870-0063